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Escribe María Paz Sartori.
En la emergencia pediátrica del Hospital Británico no hay nadie consultando el lunes a media tarde. En la de adultos son pocos. Debido al Covid-19 los menores y los adultos van a sitios distintos y además separaron los casos respiratorios de los que no lo son. Mabel Mutarelli, gerenta Médica del Hospital Scheme —el seguro médico del Hospital Británico— ingresa a la emergencia de adultos y describe el antes y el después. En el área para pacientes respiratorios el equipo de enfermería vive una tarde muy tranquila. Mutarelli saluda y de a poco unas cuatro enfermeras se suman a la conversación.
Una de ellas cuenta que al principio había miedo, pero que, ahora, vestirse y quitarse la protección es rutina. Es que el Hospital Británico (HB) recibió de sopetón un mar de consultas telefónicas y presenciales luego de que se conociera que uno de los primeros casos positivos fue una persona que asistió a un multitudinario casamiento de Carrasco. Muchos de los presentes eran socios del Británico o de otros seguros privados para los que este brinda asistencia.
Otra de las enfermeras cuenta que hizo dos hisopados en emergencia que resultaron positivos, pero que se siente segura. Una tercera recuerda que por prevención, y por haber estado en contacto con los primeros pacientes de Covid-19 en el país, estuvo en cuarentena, pero que no se enfermó.
Unos días después de que el gobierno confirmara la aparición del coronavirus en Uruguay, el 13 de marzo, el Hospital Británico comenzó a recibir los primeros internados. Llegaron a tener en simultáneo a 12 personas internadas en salas para Covid-19 y seis en el CTI, y temieron lo peor. Es decir, que eso fuese solo el principio. Por aquel entonces el gobierno decidió suspender cirugías de coordinación y asistencia en policlínica y motivar a la consulta en domicilio o telefónica.
“A nivel de salud hubo un apagón. Es como si te dijeran, solo podés tener la luz prendida si necesitás algo urgente. La gente solamente acudía a una emergencia por una dolencia importante o cirugía de urgencia. Los CTI de los hospitales del país se vaciaron y cerraron unidades enteras porque no tenían pacientes y por supuesto cerraban pisos de medicina. Justamente lo contrario fue lo que pasó acá”, dijo a Búsqueda el médico intensivista Carlos Chicheff, coordinador en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Británico (HB).
El hospital se preparó en diferentes áreas y planificó una circulación en la cual los enfermos de Covid-19 no se cruzaran con los demás. Eso implicó una emergencia absolutamente dividida, un ascenso exclusivo para ingresos por coronavirus y el segundo piso del hospital destinado solo a ellos. Lo que ahora llaman “piso Covid” tiene 32 camas ampliables rápidamente a 40. Las camas de CTI son 16, pero evaluaron que podían usar el área de recuperación de anestesia para añadir 12 plazas más. Además, hay cuatro camas del “piso Covid” con el sistema de Oxígeno de Alto Flujo, algo que definen como un “preingreso” a CTI. Médicos de diferentes especialidades dedicaron horas y horas a planificar cada detalle.
“Si nos hubiese sobrepasado el agua se podrían haber extendido las camas, pero no hubo necesidad”, comentó Chicheff. Los primeros casos llegaron todos juntos, pero, en definitiva, no fueron tantos.
Sin parar
El primer ingreso en la unidad de cuidados intensivos del Hospital Británico ocurrió el 20 de marzo. Chicheff lo recuerda perfectamente. También la escalada, la llegada del paciente del 25 de marzo, el del 26 y así hasta completar los seis que estuvieron internados en un mismo momento requiriendo asistencia respiratoria mecánica. Fueron semanas muy intensas no solo para él, también para los fisioterapeutas que pasaban horas y horas dentro de las salas trabajando sin parar, para las enfermeras e incluso para el equipo de apoyo psicológico a familiares. Ocurrió “todo muy rápido” y “trabajamos más que nunca”, contó Chicheff.
Hubo un cambio en la dinámica de trabajo. “Antes entrábamos a una habitación, hacíamos cambios, volvíamos al rato” y lo mismo hacía fisioterapia o enfermería con sus controles, pero eso tuvo que dejar de hacerse, contó Chicheff. Cuando entraban se colocaban el equipo y debían hacer todo en una misma instancia, que a veces podía durar hasta dos horas. “Ya no había jefes, éramos todos médicos y teníamos cada uno una habitación diferente para atender. Entro, le hago una ecografía para ver los pulmones y el corazón, veo cómo está el respirador y qué respuesta tiene a los cambios, veo si le bajo o le subo la adrenalina, si la presión mejora. Me quedo ahí a esperar, no me puedo ir. Eso insume muchísimo más trabajo, tiempo de estar parado, cansancio, salir transpirado a bañarte, cambiarte y volver al área a seguir el trabajo”, relató Chicheff.
Si bien los casos se concentraron entre marzo y abril en el HB, la circulación del virus en Uruguay es baja. De las más de 600 camas de CTI preparadas para esta pandemia en el país hubo hasta el momento solo un pico de 16 ocupadas en simultáneo. Según datos del seguro del Hospital Británico, esta institución atendió entre el 12 de marzo y el 2 de junio un total de 55 personas con Covid-19, de las cuales 34 eran mujeres y 21 hombres afiliados a Scheme. Además, el hospital brindó atención a otros positivos afiliados a otros seguros. Según datos del Ministerio de Salud Pública, entre mediados de marzo y el 3 de abril el HB atendió a 78 positivos.
Casi vacío
El viernes 29 de mayo el HB recibió la consulta del que hasta el momento es el último caso de Covid-19 que han tenido, y hacía dos semanas que no recibían ninguno. La ola por el Hospital Británico pasó y, en caso de llegar otra, quedaron los aprendizajes.
Al subir las escaleras hacia el “piso Covid”, Mutarelli aclara que se trata de un área restringida. Han colocado una mampara de vidrio al inicio del corredor.
Dentro, bajo la bisagra de una puerta que tiene encima una luz roja encendida, una enfermera se viste con protección para entrar a la única habitación ocupada. Además, en el CTI ya no hay personas con Covid. De hecho, hay una que ingresó por ese motivo y está conectada hace más de 50 días a un respirador, pero los tests por PCR de las vías respiratorias bajas ya le dan negativo. El virus se ha ido, solo quedan las consecuencias de una enfermedad que pasó por su cuerpo y ocasionó una “tormenta inflamatoria”, explica Chicheff.
Para los médicos la ola de casos fue “un gran desafío”.
“Por primera vez llegó una enfermedad nueva a la unidad de cuidados intensivos de la cual no tenemos un tratamiento avalado internacionalmente por ninguna sociedad científica, sino meras pruebas con distintos fármacos que ninguno asegura una efectividad 100% ni la cura de la enfermedad”, resumió Chicheff.
Desde el exterior llegaban números que indicaban que la mortalidad en personas en CTI con respirador mecánica por Covid-19 era superior al 50% y las prematuras cifras de Nueva York hablaban de un 88%. En el HB no tienen números suficientes para hacer estadísticas, pero de los seis casos que tuvieron dos fallecieron, tres están en sus casas y una muestra señales de lenta recuperación en el CTI. Chicheff se alegra y cuenta los pormenores y el aprendizaje.
En esta etapa avanzada la carga viral del coronavirus ya no es tan importante; sin embargo, lo que más incide es cómo responde el sistema inmune de la persona enferma. Utilizaron la combinación de dos antivirales (diseñado y probado para VIH) y también la hidroxicloroquina (destinada originalmente para la Malaria), pero rápidamente vieron que en las personas que estaban en cuidados intensivos estos medicamentos no eran de gran ayuda para la “hiperinflamación o tormenta inflamatoria” en la que se encontraban.
Comenzaron a realizar todo tipo de exámenes de laboratorio en busca de señales de inflamación excesiva. Utilizaron con cuidado corticoides o anticoagulantes, según el caso. Además, se encontraron con “otra peculiaridad”, contó Chicheff. Estas personas “se infectaban rápidamente con gérmenes resistentes por varios sitios”, contó. Por su gravedad, una infección era una pésima noticia. Extremaron los análisis mientras una avezada bacterióloga, Gabriela Algorta, les anticipaba qué bacterias eran las que comenzaban a crecer en los cultivos en el laboratorio, incluso antes de los resultados oficiales. Esto les permitía iniciar tratamientos precoces con antibióticos y atajar malos desenlaces. “En esto, ganarle 24 o 48 horas en cualquier infección es fundamental”, contó Chicheff. Además, el equipo gestionó medicamentos y tratamientos para contener la inflamación que no estaban en el país y que al llegar ya no tuvieron ocasión de usar, pero que quedaron disponibles si se necesitaran. El éxito no es resultado de uno solo, y para Chicheff a los médicos se les suma el esfuerzo de enfermeras y el rol de fisioterapia, que fue clave en las etapas de retiro del respirador.
Morir solos
Los fallecidos fueron dos, tenían 65 y 68 años con antecedentes de otros problemas de salud. En ellos la complicación fue “la progresión pulmonar imparable”, comentó Chicheff. Saliendo de lo clínico, hay un tema que le preocupa y que asegura que el equipo hizo todo lo posible: la distancia. El “morir solo”, fue un tema que el hospital tuvo que aprender a manejar, contó Mutarelli. Los partes médicos diarios se daban por teléfono y las visitas estaban prohibidas, incluso en etapas de internación en el “piso Covid”.
Al dar un informe en estadías prolongadas se establece “empatía con el familiar” y esta se genera por varios pilares: el habla (el tono de voz), lo gestual (incluso con la mirada) y lo físico (que puede incluir el abrazo o saludo con la mano), explicó Chicheff. “De los tres nos quedamos solamente atados a la voz, perdimos el abrazo, el saludo, la mirada, y nos quedamos con una voz atrás de un teléfono. Fue difícil y una angustia compartida”, lamentó Chicheff. Es que incluso algunos familiares no podían salir de sus casas, eran también Covid positivos.
El HB no descarta en futuras ocasiones utilizar la videollamada para comunicar a los familiares los reportes diarios. Luego de fallecer, los familiares tuvieron una reunión con “la voz detrás del teléfono”, con el médico que diariamente los llamaba para darles el parte, una psicóloga y Mutarelli. Fue un “cierre” para todos, comentó.